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EL ARBOL ORGULLOSO



 rase una vez un árbol que crecía alto, fuerte y frondoso, en un soleado valle de la selva. El curso del río le rodeaba caprichosamente, dejándole aislado de los otros árboles y del resto de animales. Esto le había hecho crecer solitario y desconfiado.

      Un día, desde su envidiable altura, observó que el río traía una bola de pelo naranja y amarilla, dando vueltas y vueltas. Al pasar junto a su pequeño islote quedó embarrancada. Durante unos segundos, la bola de pelo quedó inmóvil, pero de pronto empezó a moverse por si sola, lenta y torpemente. De la pequeña bola de pelo salió una cola, después cuatro patas y por último, una cabeza. El árbol, comprendió entonces que se trataba de un pequeño cachorro de león, que venía enroscado sobre si mismo como un ovillo.
- ¡Eh, tú!- Dijo el árbol con el mal genio que le caracterizaba.- Este islote es mío y la sombra que pisas es la que yo proyecto. Así que vuelve al río para que pueda ver mi majestuosa sombra sin estorbos.
- Pero árbol, estoy demasiado cansado y no puedo cruzarlo. Hace tres días que me caí al río y llevo dando vueltas desde entonces. Estoy muerto de frío y de hambre. Deja que descanse un rato bajo tus ramas, y cuando haya recuperado fuerzas intentaré cruzar de nuevo.
- Yo no he necesitado nada de nadie, de modo, que nada os debo a los demás.- Dijo el árbol egoísta.- Mi islote es lo único que tengo, además de mi gran belleza. Y no lo quiero compartir.
- Por favor déjame descansar sólo un ratito.- Suplicó el cachorro entre fuertes tiritones.- Tú necesitas el agua del río, la luz del sol, el oxígeno del aire y todo lo recibes sin entregar nada a cambio. Haz ahora algo por los demás, no es mucho lo que te pido.
- ¡Yo no necesito a nadie!- Gritó arrogante el árbol.- Así que vete de mi vista y deja que descanse.

      El cachorro abatido por la tristeza y el cansancio se tiró de nuevo al río, con la esperanza de llegar a la otra orilla. Pero sus fuerzas eran tan escasas, que torpemente se fue hundiendo bajo las aguas. El sol que había escuchado la conversación le preguntó entonces al árbol, que por que había dejado que el leoncito se ahogara.
- Nada podía hacer yo por él. En este pequeño islote no llega la luz del sol al suelo, de modo que no se podía calentar. No hay comida, así que no podía saciar su apetito. Fue en busca de lo que necesitaba pero estaba tan débil que no llegó ¡Pobre leoncito!, pero así es la vida. La ley de la selva es cruel a veces.
- Tú pudiste dejarle una de tus ramas para que la usara de puente, pues sabías que estando tan débil como estaba, jamás habría alcanzado la otra orilla.
- ¿Y qué estropeara mis lindas hojas? ¡Oh, no, no! De ningún modo ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Qué hubiera conseguido yo a cambio?
- Los pájaros comentaban que no les dejabas poner sus nidos en los huecos de tu tronco, y no les creí.
- Pues es verdad, lo manchan todo.
- Escuché a los monos protestar porque no les dejabas jugar sobre tus ramas, y me pareció mentira.
- Claro que no, me vuelven loco con sus gritos.
- Oí a las mariposas decir que no las dejabas descansar bajo tus hojas, y no las dejé ni terminar.
- Pues así es, no paran quietas y me hacen cosquillas.
- Entonces mandé al león, para comprobar por mí mismo que aquello no era verdad. Me entristeció mucho comprobar que el equivocado era yo. Que tu egoísmo es tan grande que fuiste incapaz de darle cobijo a pesar de la historia tan triste que te contó.
- Pues no, no fui capaz.
- Y encima pareces estar orgulloso de ser tan egoísta y  miserable como eres.
- Yo no le pedí nada a ninguno de esos animales, porque ellos nada me podían dar. ¿Por qué iba a darles yo, algo que es solamente mío?
- En este mundo todos necesitamos de todos. Y si tú no fuiste capaz de respetar al que un día será tu rey, no mereces el respeto de nadie.
- Vuelvo a repetir que no necesito nada de nadie, y mucho menos respeto. ¿De qué sirve el respeto?
- En castigo a tu egoísmo vas a pasar los tres días más duros de tu vida, para que aprendas a no ser tan orgulloso. Uno por cada día que el león pasó en el agua.

      Así hablaron y el sol fue a comentar con sus amigos el agua, el viento y la tormenta como actuarían, para imponer al árbol el castigo que se merecía. “Debemos asustarlo- dijo el sol- imponerle un castigo por su mal comportamiento, pero sin dañarlo.”

      Al día siguiente, el curso del río, cambió radicalmente y el sol brilló, con más fuerza de la nunca tuvo. La tierra se secó rápidamente alrededor del árbol. Tuvo mucho miedo de morir, de llegar a secarse. Al llegar la noche el árbol estaba terriblemente sediento, pero seguía en pie. Así que se estuvo riendo del sol pensando que había ganado la primera batalla.
- Ja, ja, ja tan abrasador que parecías y fuiste incapaz de secar mis raíces.
      Al segundo día el sol se ocultó tras unas nubes y una leve brisa empezó a soplar. De pronto un terrible vendaval hacía retorcerse todas las ramas del árbol violentamente. Así sopló con fuerza el viento, durante todo el día. Temeroso de que su tronco pudiera partirse estuvo tambaleándose, pero no fue así y al llegar la noche el árbol se reía del viento.
- Ja, ja, ja tan poderoso te creías y fuiste incapaz de partir mis ramas.

      Al llegar el tercer día estaba nublado y no había ni rastro del agua, del sol ni del viento. De pronto empezaron a caer un montón de fuertes y brillantes rayos que amenazaban con prenderle fuego a sus ramas. Y tuvo miedo. Pero ninguno le consiguió quemar. De modo que al llegar el final de este tercer día, el árbol se burlaba de los rayos diciéndoles.
- Ja, ja, ja ¡qué mala puntería! Con tanto ruido que armasteis y no habéis sido capaces de quemar mi tronco.

      Cuando el sol volvió al cuarto día el árbol más engreído que nunca le dijo entre risas:
- ¡Oh! Qué miedo, viene el sol amenazando de nuevo.
- Veo que a pesar del castigo, tu actitud altiva y egoísta no ha cambiado.
- No se porque había de cambiar, sólo quiero que me dejéis en paz. Yo nunca he pedido nada a nadie porque nada me pueden dar.
- Debes comprender que si los que viven a tu alrededor no te respetan acabarías de la forma más ruin para un árbol como tú, siendo pasto de las llamas.
- Si vosotros tan fuertes y poderosos no conseguisteis derribarme ¿Cómo podéis pensar que los animales de la selva podrían dañar mi poderosa estampa? Yo soy más grande y fuerte que ninguno de ellos.
- Si un día te encuentras enfermo y necesitas la ayuda de alguien sólo tienes que pedírmelo. Pero si el orgullo te impide hacerlo acabarás muy mal.

      Y el sol se fue triste al comprobar que el árbol no cambiaba. Que no comprendía que hasta el ser más fuerte de la selva, necesita del resto de seres vivos para poder sobrevivir. De unos necesitará ayuda, de otros simplemente que le respeten.

      Pasados unos días el curso del río no había vuelto a rodear al árbol, por lo que cualquier animal podría ahora acercarse hasta él sin hacer esfuerzo. Una manada de elefantes que pasaban por allí, lo vieron y fueron hacia él.
- Mirar hijos,- dijo el elefante mayor- el agua del río ha dejado de abrazar al árbol egoísta. Como ningún animal podía antes alcanzar sus ramas, están aun cuajadas de dulces frutos ¿Tenéis hambre?
- ¡Si papa!- corearon los elefantes más jóvenes.

      El árbol no les hizo caso, pensando que no hablaban en serio. Y sólo cuando los elefantes empezaron a comer de sus ramas, el árbol se dirigió a ellos con desprecio y altanería, como siempre.
- ¡Eh gordos! ¿Qué os habéis creído vosotros, que voy a alimentar a todos los animales de la selva?
- El sol nos contó tu historia y si tú no nos respetas a nosotros ¿Por qué tenemos que respetarte a ti? Siempre lo hemos hecho y de nada ha servido.
     
      Cuando los elefantes no alcanzaron más frutos, zarandearon el árbol para hacerles caer, partiendo ramas con sus fuertes colmillos. Después de saciar su apetito el árbol quedó torcido y lastimado a consecuencia de los golpes, pero él seguía riendo.
- Ja, ja, ja ¿Es que soy demasiado fuerte para vosotros? Ni siquiera el animal más fuerte y grande de la selva ha podido derribarme, a pesar de intentarlo con insistencia.

      Una mañana calurosa la jirafa se acercó con sus graciosos andares hasta el río para beber. Desde su envidiable altura comprobó que el árbol orgulloso, tenía las hojas más verdes y frescas que jamás había visto. Mientras la jirafa comía del árbol, él no paraba de reír.
- Ja, ja, ja ¿Qué te ha pasado? ¿Te has tragado un palo y se te ha quedado en la garganta? Ten cuidado y no mires al suelo si padeces de vértigo.

      La jirafa que ya había escuchado al sol hablar del árbol, arrancó sus hojas sin escuchar sus burlas hasta que calmó su hambre. Después como si no hubiera oído sus comentarios, se dio la vuelta y se fue sin más.
- ¿Es que no me has oído?- chilló el árbol rabioso de no haberla ofendido- Ya entiendo, eres amiga de los elefantes y os habéis propuesto terminar conmigo ¿No es así? Pues no lo conseguiréis.

      Unos días más tarde, una familia de monos observó que ahora, no había que cruzar el río a nado para jugar en las ramas del árbol egoísta. Como siempre juguetones llegaron al pie de éste, entre saltos y gritos. Entonces el malhumorado árbol chilló enojado.
- Eh vosotros, que un día os sentasteis sobre las ascuas del fuego y se os quemó el traje por el culo, ¿queréis callaros? Estoy descansando.

      Por la forma de hablar y las cosas que decía, los monos comprendieron que aquel era el árbol egoísta del que tanto habían oído hablar. Uno de los monos se subió a una rama y se balanceó en uno de sus juegos adolescentes. Realmente parecía fuerte, así que llamó al resto de la familia. Unos colgaban de la rama y otros saltaban sobre ella.
- Bajaros de mis ramas que aunque están desnudas de frutos y hojas aún son fuertes y no podréis dañarlas.

      Pero los monos no hicieron caso al árbol y al final, la rama cedió. Con un gran crujido la rama cayó al suelo y todos los monos chillaron y saltaron a modo de celebración. Jugaron, saltaron y se columpiaron de otras ramas, hasta que el cansancio los pudo y agotados se fueron en busca de otro árbol más confortable para dormir.
- Ja, ja, ja- se reía el árbol- tan ágiles y revoltosos y no habéis conseguido terminar conmigo.
- Jamás vi un árbol tan feo y desnudo, con la mitad de sus ramas partidas y que su orgullo todavía le impidiera pedir ayuda.
- No se por qué necesitaría ayuda, todavía tengo la copa más bonita de todos los árboles de la selva.

      En los días siguientes los pájaros terminaron con sus frutos y las orugas con sus hojas. Durante el día el árbol se mostraba orgulloso pero al llegar la noche y el sol ya no podía verle, lloraba y se lamentaba de su aspecto. Entonces la luna le habló con la ternura de una madre.
- ¿Porqué te empeñas en ser el más malo?
- ¿Quién habla? ¿Quién está ahí?- preguntó sobresaltado.
- No te asustes, soy yo, la luna. Los dos hemos podido comprobar que los animales no te respetan, de modo que si no cambias tu forma de ser, acabaran contigo en poco tiempo.
- Ya lo intentaron los más grandes de la selva y no lo consiguieron ¿Qué más podrían hacerme? ¿Quién piensas que podría lastimarme?
- ¿Qué no consiguieron nada?- Preguntó la luna sin entender entonces por qué estaba tan triste el árbol- Mira tu aspecto. Tus ramas están desnudas de hojas y frutos, además la mayoría están partidas ¿No ves, que siendo tan cabezón, sólo has conseguido ser el árbol más feo de la tierra?
- Sólo temporalmente, la primavera que viene brotaran nuevas ramas y más hojas que nunca, y volveré a tener los frutos más dulces.
- Hay que respetar a todos los animales, así lo dice la ley de la selva, desde el más grande al más pequeño. Así que si no cambias tu forma de ser lo pagarás muy caro.

      A la mañana siguiente un gran número de termitas y escarabajos llegaron en silencio y preguntaron al árbol.
- ¿Eres tu el árbol orgulloso?
- Si soy yo.- Dijo entre risas- Si ni las orugas, ni los pájaros, ni los monos, ni las jirafas, ni los elefantes, ni la tormenta, ni el viento, ni el sol pudieron conmigo ¿Qué pensáis hacer vosotros? Enanos, diminutos, si apenas puedo veros.

      Las termitas comprendieron que su actitud no había cambiado, así que empezaron a mordisquear su tronco. Al árbol le había dado un ataque de risa y no podía parar de reír. Sus carcajadas podían oírse en toda la selva.
- Pero sol ¿qué intentas ahora? Cada vez mandas animales más pequeños- Dijo entre risas- No puedo creer que pretendas asustarme con esto ¿Qué será lo siguiente que me mandes? ¿Pulgas tal vez? Ja, ja, ja

      El trabajo de las termitas era lento pero continuo. Cavaban largos túneles por dentro de la madera. Así que al cabo de unas horas el árbol se empezó a sentir mal.
- Eh pequeñajas ¿Qué me estáis haciendo?- Dijo el árbol que empezaba a sentirse débil. Ya no se reía. Por primera vez desde que nació sintió que un animal podía terminar con su salud. -¿Por qué no salís de ahí adentro y hacemos un trato?- Preguntó el árbol que se sentía como un viejo, enfermo y quebradizo.

      Debilitado y feo, sin hojas, ni frutos empezó a pensar en las palabras del sol. <<"Debes comprender que si los que viven a tu alrededor no te respetan acabarás de la forma más ruin, para un árbol como tú, siendo pasto de las llamas.">>
- Por favor...- dijo casi en un susurro.

      De repente los animales de la selva de los que un día se burló empezaron a llegar. Se fueron parando a su alrededor y por fin el elefante mayor le preguntó.
- ¿Cómo te encuentras árbol?
- Bien ¿cómo me voy a encontrar?- Su orgullo le impedía dar su rama a torcer.
- Pues no tienes muy buen aspecto.
- ¡Pamplinas! -Dijo el terco árbol como si no fuera con él la cosa.
- ¿No necesitas nada?
- ¿Yo? ¿Qué voy a necesitar yo?- Preguntaba irónico el árbol mientras su tronco se iba debilitando y torciendo poco a poco.
- Perdón, me pareció que habías dicho algo como por favor.

      Llevaba tanto tiempo sin pedir ayuda a nadie, que no sabía como hacerlo. Y esta vez se quedó en silencio, reconociendo que si lo había dicho. Pero como no contestaba, los animales empezaron a marcharse. Uno a uno se iban dando la vuelta y alejándose del lugar.
- Esperad.
- ¿Qué? ¿Qué quieres? ¿Qué necesitas?- Hubo un largo silencio después del cual el árbol consiguió decir.
- Ayuda, necesito vuestra ayuda.

      Después de aquello el árbol se sintió por primera vez feliz y no sólo por su belleza, sino por la belleza de todo lo que le rodeaba. Y sintió que su sabia se rejuvenecía cada día por el simple hecho de compartir todo aquello que poseía.

7 comentarios:

Nuria L. Yágüez dijo...

Este fue mi primer cuento infantil y solo por eso le tengo especial cariño. Como me dijo la primera persona que lo escuchó, con el puño apretado, ¿ES QUE NADIE VA A ACABAR CON ESE ARBOL MALDITO?

Anónimo dijo...

El sol salvo al cachorrito ¿verdad?

Nuria L. Yágüez dijo...

¡¡POR SUPUESTO!!. Salvó al cachorrro, y en realidad al árbol también. Gracias amig@ por comentar

Anónimo dijo...

hayyy, si hubiera un sol tan justo en todos lados habríamenos arboles orgullosos,besoooos maria lo

EUGENIA dijo...

Excelente materiales , llenos de imagión y aciertos para los pequeños lectores- escuchas. Es una fantasía que parece
ser realidad....Gracias por compartir sus materiales . Los niños , los padres y los educadores se los agradecemos .
Desde Chile , mis felicitaciones y por favor sigan adelante

ONG ASCENDER SIN FRONTERAS

05 de Abril de 2011

Carlos Cortez dijo...

esta muy bonito el cuento, es muy educativo y fuera de lo comun!... a mi novia le encanto :)...

Unknown dijo...

Muy interesante,este cuento,cuanto nos enseña sobre el orgullo si los más grandes lo miramos con una perpestiva diferente que nos sirve para enfrentar la vida

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