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MI QUERIDA MARILITAS

        


ace muchos años, en un país muy lejano, con un nombre tan raro que sería incapaz de repetirlo sin equivocarme, vivía una niña muy pobre. Era tan pobre que, por no tener, no tenía ni padre. Pero María, que así se llamaba, tenía algo que valía más que todo el dinero del mundo: tenía una amiga. El día en que nació, María había recibido la única herencia que recibiría en toda su vida y se llamaba Marilitas. Marilitas era una muñeca de trapo que había sido de su abuela, de su madre y que ahora se había convertido en su mejor amiga.

         Marilitas tenía el pelo rubio hecho con gruesas hebras de lana amarillas. Lo llevaba peinado en dos largas trenzas recogidas con lazos rojos de raso, pero uno de ellos lo había perdido hacía ya mucho tiempo. Su cara había sido más clara de lo que ahora era, pero por la suciedad ahora parecía gris. Aún así, podían adivinarse los coloretes de sus mejillas y su sonrisa de lana roja. Pero lo que más le destacaba en la cara, eran sus dos grandes ojos color marfil, que si no fueran ojos habrían sido botones de algún abrigo. Su cuerpecito de trapo estaba cubierto con un raído vestido lleno de agujeros como el de María. Y sus pequeños pies ya no tenían zapatitos como antes. Pero Marilitas siempre estaba de brazos abiertos esperando ser abrazada.

         María hablaba y jugaba con ella todos los días y a todas horas, como si fuera la amiga que nunca tuvo. La escondía y luego la buscaba para jugar al escondite, le cantaba canciones mientras la hacía saltar con una cuerda invisible, o la agarraba de las manos mientras daban vueltas y vueltas hasta marearse. Nunca se sintió sola porque Marilitas siempre la consolaba cuando la niña se afligía. Sabían divertirse. Juntas inventaban historias de príncipes y princesas y por las noches soñaban con grandes bailes, en salones engalanados para la ocasión. Llevaban radiantes vestidos blancos. Bailaban con príncipes altos y románticos. Las fuertes luces sacaban destellos de sus ojos y sus sonrisas se parecían a los collares de perlas que lucían al cuello. Al menos eso era lo que les decían los encantadores caballeros que las pretendían. Bailaban hasta quedar agotadas y entonces, se sentaban y formaban parte de todos los corros de conversaciones donde las hacían sonrojar cuando ensalzaban su belleza y distinción. Hablaban con elegantes damas venidas de otros países por motivos muy distintos. Y así podían imaginar la vida en exóticos lugares donde ellas mismas irían cuando les llegara su momento. Pero en realidad, más allá de sus miserables barrios, había otros y más allá otros iguales al anterior. Ellas sin embargo al llegar el día y todas esas maravillas se desvanecían, seguían bailando abrazadas la una a la otra, tarareando las músicas que antes habían bailado en sueños. Y eso les hacía sentir mejor.

         Una noche María empezó a toser más de lo normal y su cuerpo se había calentado por el efecto de la fiebre. Su madre preocupada la tomó en brazos  y corrió al hospital más cercano. Sabían que ellos la curarían pero nunca sintió tanto miedo como en aquel momento. María despertó a media noche empapada en sudor. Nada más abrir los ojos María se dio cuenta, algo le faltaba a su lado. Recorrió la habitación con la mirada y preguntó.
- Mamá ¿dónde está Marilitas?
- ¿Marilitas? No lo sé hija se habrá quedado en casa.

         Pero no era así, Marilitas no estaba en casa. De camino al hospital se le calló de los brazos a María y se quedó sola y perdida en una calle oscura, junto a un montón de basura. Al principio no se preocupó, pues sabía que María no sería capaz de abandonarla, pero cuando pasaron las horas y María no volvió, se dio cuenta de que había llegado el final de su amistad. Y lloró y lloró hasta que el agotamiento la hizo quedarse dormida.

         De pronto un traqueteo la hizo despertar sobresaltada. Al principio no sabía dónde estaba. Se encontraba en un asiento que no paraba de moverse, junto a un señor vestido de gris. Un fuerte olor la hizo marearse un poco, pero entonces comprendió era el hombre que había ido a recoger la basura. Estaba en un carro tirado por caballos. Nunca antes había montado en un vehículo y las lágrimas que llenaban sus tristes ojos, la impidieron sentir la alegría de haberlo conseguido. Los habían visto pasar muchas veces y siempre desearon montar en uno como las elegantes señoras que transportaban, pero evidentemente nunca pudieron hacerlo.

         Al llegar a casa el hombre la agarró con sus fuertes y rudas manos y le dijo a su mujer.
- Mira lo que he encontrado junto a la basura que se amontonaba en el callejón. No está tan mal y seguro que tus manos pueden hacer que vuelva a parecer una muñeca.
- Miriam no debe saber que la encontraste en la basura, porque si lo sabe nunca la querrá.- Aseguró la gruesa mujer.

         Antes de que el sol saliera, Marilitas tenía un vestido nuevo y había sido lavada y perfumada. Había recuperado el lazo de su trenza y una hebra de lana gruesa le había devuelto la sonrisa roja que había perdido junto a la basura. Se miró en el espejo y se ruborizó al ver que parecía otra. Se esforzó por sonreír pero su corazón estaba triste porque echaba de menos a María.

         Cuando en el reloj del campanario marcaron las ocho un torbellino pelirrojo apareció por la puerta con su largo camisón, los ojos pegados y gritando como una loca.
- ¿Cuál es mi sorpresa? ¿Dónde está mi sorpresa?
- Mira hija que muñeca tan bonita, te la he hecho casi como me pediste. Debes ponerla un nombre.
- Milupa.- Sentenció Miriam sin pensárselo dos veces.
- ¿Milupa? ¿Qué nombre es ese?
- Uno que me he inventado yo y como a mí me gusta se va a llamar Milupa.

Milupa no entendía como esa niña le había cambiado de nombre si ella ya tenía uno, y bien bonito. Las primeras veces no se hacía al cambio y no se daba cuenta de que Miriam le hablaba a ella. Pero con el tiempo lo aceptó. Miriam no jugaba tanto con ella como María y la muñeca, lo echaba de menos. La niña pasaba la mayoría del tiempo en la calle, y cuando regresaba estaba tan cansada, que la abrazaba y se dormía a su lado. Por eso se sentía sola. Cuando Miriam la hablaba lo hacía gritando. Gritaba cosas como que se diera más prisa, que era la hora de volver y tenía mucho que poner a secar. Pero Milupa no la entendía ¿Qué querría Miriam que secara?

Un día, Miriam empezó a hablar en sueños y Milupa comprendió lo que le había querido decir. Miriam trabajaba durante todo el día haciendo tejas de barro que luego secaba al sol, por eso siempre estaba tan sucia. Miriam trabajaba por la comida y poco más, una pobre recompensa para tanto esfuerzo. Pero tenía que por ayudar a su familia, según decía en sueños. Milupa se entristeció mucho, en realidad no había conocido a más niña que María pero aun siendo tan pobre como era, no la obligaban a trabajar.

A la mañana siguiente, cuando Miriam despertó, se sorprendió al ver la cara de Milupa. La abrazó y volvió a mirarla, la observó con detenimiento y por fin dijo a su madre.
- Mamá Milupa está triste. Cuando vino estaba triste y pensé que era porque todavía no me conocía, pero ahora está más triste que nunca.
- ¿Y tú por qué lo sabes? Tiene una sonrisa grande y bonita.
- Esa sonrisa es de lana pero su corazón de trapo no deja de llorar, la quiero mucho pero no puedo soportar verla así. Quiero otra muñeca para que jueguen.

La dejó sobre su regazo y se fue a vestir para irse a trabajar. Su madre se armó de paciencia y cuando salió de casa la dijo.
- Eso es porque pasáis poco tiempo juntas, llévatela y verás como su corazón empieza a sonreír como su cara.

         Miriam hizo lo que su madre dijo pero a la vuelta del trabajo notó que el corazón de trapo de Milupa, lloraba más que de costumbre, así que al pasar junto al colegio la dejó en la puerta. <<Quiero que entiendas que esto lo hago por ti>>. Sabía que allí habría alguna niña, que pudiera ofrecerla más cosas de las que ella habría podido darla nunca. Esperó hasta que vio a una niña bien vestida que después de dudar un poco, la recogía y la cobijaba bajo su abrigo de paño azul. De regreso a casa, Miriam estaba triste por haberla dejado allí, pero se consolaba pensando que Milupa tendría ahora todo lo que necesitaba. <<La pobreza es triste y ella no estaba hecha para ser triste>>, ese pensamiento le hacía sentirse mejor.

         La primera niña que pasó, miró a Milupa con recelo, se detuvo a su lado, echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie la sorprendería, y cuando se encontró segura, la cogió con rapidez y la ocultó bajo su abrigo de paño azul. Menchu, que así se llamaba, se alejó nerviosa por las calles en busca de un cobijo, donde observar a la muñeca con detenimiento. Cuando pudo hacerlo le pareció más bonita que cuando no era suya. Al llegar a su casa, entró rápidamente en su habitación y la colocó bajo los almohadones que decoraban su cama. Milupa estaba asustada, pero volvía a tener un hogar y eso la tranquilizaba un poco. Al llegar la noche, Menchu entró en la habitación, la abrazó y dijo.
- Hola Monic, a partir de ahora te llamarás Monic. Estas son Andrea y la honorable señora Nicolete.

Y la colocó entre dos muñecas con la cara, las piernas y las manos de porcelana. Sus vestidos de terciopelo, era lo más suave que Monic jamás pudo tocar. Sus zapatos de charol negro brillaban como si tuvieran luz propia, y sus blusas y sus calcetines eran de un blanco tan blanco, que casi hacían daño a los ojos cuando les daba el sol. Eran guapísimas y sus ojos parecían de verdad, tanto que los cerraban al tumbarse a dormir y los abrían al levantarse. Sus nombres eran elegantes como el que ahora tenía ella, pero lo que más la sorprendía, era que ahora tendría dos amigas. Hacía tantos años que no había visto a otra muñeca, que ya se había olvidado lo que era tener una amiga como ella.
- Hola chicas, sois guapísimas. Yo me llamo Marilitas, digo no ahora me llamo Monic pero antes me llamaba Marilitas y hubo un tiempo en el que me llamaba Milupa. Pero si os he de ser sincera el nombre que más me gustó fue el de Marilitas.- Estaba tan nerviosa que hablaba atropelladamente sin darse cuenta de que sus dos nuevas compañeras no la respondían.- ¿Qué tal es la vida por aquí? Porque esta familia parece tener mucho dinero. María, que era mi primera dueña, era muy pobre y la vida con ella resultaba muy dura. Estoy encantadísima de conoceros y tener una casa, pero no puedo dejar de acordarme de María y claro,...,- Por fin Monic notó que no era bienvenida en su nuevo hogar.- ¿Qué os pasa chicas, no queréis ser mis amigas?
- No tienes clase ninguna. No hay más que mirarte para darse cuenta de donde vienes.- Dijo Andrea con desprecio.
- Pero puedo ser como vosotras si me enseñáis a tener eso que no tengo ¿Cómo era? Ah! si clase.
- ¿Tú como nosotras?- Preguntó la Honorable señora Nicolete horrorizada de pensar en la comparación.- Aunque la mona se vista de seda,...,
- Pero yo estoy sola, y necesito un poco de compañía. Si pudierais hablarme de vez en cuando sería suficiente.

Monic comprendió por su indiferencia que jamás sería aceptada, y la emoción que sintió al verlas, se torno en tristeza y desamparo. Se encontraba más sola de lo que nunca estuvo, y sin poderlo remediar sus lágrimas volvieron a inundar su corazón de trapo. Añoraba tanto a María, que estuvo llorando toda la noche y toda la mañana. Al llegar la tarde, Menchu entro en la habitación y fue a abrazar a Monic. La niña no comprendía por qué lloraba si la había dejado con Andrea y la honorable señora Nicolete, para que no se sintiera sola.
- ¿Qué te pasa Monic? ¿Me has echado de menos? ¿Por qué esta tan triste tu corazón de trapo?

Durante tres días Menchu se desvivió por buscar y hacer cosas que pudieran hacer a Monic encontrar de nuevo su sonrisa. Pero Monic seguía tan afligida como siempre. Al llegar la tercera noche Menchu ya no pudo más y llamo a su madre.
- ¿Qué pasa Menchu? Llevas unos días muy rara.
- Mama, estoy muy triste.
- Ya lo había notado hija, una madre siempre se da cuenta de esas cosas. ¿Por qué no me cuentas qué  te pasa?
- Mira mama.- Dijo Menchu mostrando a Monic.
- ¿Y esa muñeca?
- Me la encontré, y he tratado de hacer todo lo que he podido por ella, pero ella siempre esta triste y no deja de llorar.
- Yo la veo sonreír.
- Su cara sonríe, pero su corazón de trapo esta triste.
- Pero tú tienes otras muñecas que son mucho más bonitas que esa. .- Dijo su madre con paciencia
- Si, pero con las otras no puedo jugar, porque podrían romperse. A mí me gusta esta. Me gusta abrazarla y llevarla conmigo a todas partes.
- ¿Por qué no hacemos una cosa? Tal vez lo que pasa a esa muñeca es que echa de menos a su dueña. Podíamos llevarla al orfanato donde hará feliz a alguna niña, y comprar una muñeca con la que puedas jugar.

Menchu no estaba muy convencida, pero después de hacerle un vestido nuevo, ponerle unos calcetines y unos zapatitos de charol y recomponer su maquillaje, Monic seguía estando triste. De este modo comprendió que la muñeca nunca sería feliz con ella, así que accedió a los deseos de su madre, la besó y se despidió de ella.
- Compréndelo Monic, ya no sé qué hacer por ti. Espero que tu nueva dueña sepa cómo hacerte sonreír.

Monic fue llevada a una casa grande donde el grupo de mujeres de la alta sociedad había hecho una recolección de ropas y juguetes para el Hospital de las Hermanitas Descalzas. Allí en la casa de los marqueses, a Monic  le esperaban nuevas sorpresas.

La tarde fue aburrida, metida en el arcón entre ropas usadas y juguetes sin vida, pero al llegar la noche, una melodía despertó sus oídos. El sonido creció de intensidad, y al abrir los ojos, vio la preciosa cara de una niña de la misma edad de María. Su piel era tan blanca como la nieve, pero sus ojos estaban tristes y apagados. La niña alargó la mano y la tomó de la suya con suma delicadeza.
- Hola soy Margarita.- Un nuevo nombre para una nueva dueña pero ¿y ella? ¿Es que no le iba a poner un nombre? Era la primera vez que no tenía nombre, y se sintió incómoda. Por eso decidió recuperar su primer nombre y llamarse Marilitas.

De pronto la puerta se abrió y las dos se sorprendieron. Margarita la escondió a su espalda de modo que no pudo ver con quien hablaba.
- ¡Señorita! ¿Qué hace aquí? Debería estar en la cama.
- Estuve llamando, pero nadie me oía. Quiero un vaso de leche.
- Vaya a su cuarto señorita yo mismo se lo llevaré.
- Estoy harta de mi cuarto, me aburro.
- Pero señorita si tiene usted todos los juguetes que existen.
- Quiero ir al baile, déjeme por lo menos que mire desde lo alto de la escalera. No me verá nadie, y si me descubren, no les diré a mis padres que usted lo sabía.
- Señorita, me pone usted en un compromiso, le dejo que se lleve usted lo que ha cogido del arcón si se va a su cuarto en este momento.
- Por favor, aunque sea solo un instante.
- De acuerdo, puede usted mirar mientras llevo esta bandeja, pero en cuanto vuelva se irá usted a su cuarto.

Al llegar a la escalera, Margarita se escondió detrás de una planta. Marilitas pudo ver con claridad que se estaba celebrando uno de aquellos bailes, que tanto imaginaron María y ella. Allí estaban las luces brillantes, los vestidos, las distinguidas señoras y las sonrisas que les debían dirigir a ellas. Marilitas cerró los ojos y volvió a llorar de nuevo, echaba tanto de menos a María que ya no quería ver nada más. La orquesta tocaba el vals que tenían que haber bailado ellas dos, sin embargo todos giraban sin darse cuenta de que allí no estaba María.

Marilitas lloró y lloró hasta que derrotada se quedó dormida. Al despertar viajaba junto a otros baúles repletos de ropa usada, comida y juguetes camino del Hospital de las Hermanitas Descalzas. Al  llegar, una mujer  vestida de blanco abrió su arcón en busca de un vestido para una niña.
- Anda mira aquí hay una muñeca ¿Has tenido alguna vez una muñeca?- Le preguntó a la niña.
- Si una vez tuve una, pero se me perdió

De pronto el corazón de trapo de Marilitas se llenó de alegría y de ilusión. Esa niña era María. Cuando la señora la levantó, pudo verla con claridad y sin duda era ella.
- ¡María!- Gritó la muñeca.
- ¡Marilitas!- gritó la niña al verla. Había cambiado mucho, vestida con ropas elegantes, su pelo ya no llevaba trenzas y su cara lucia más limpia y clara. Pero estaba completamente segura de que era Marilitas.- No sabes cuánto te he echado de menos

Estuvieron dos días sin para de hablar. María le contó muchas cosas nuevas que había visto en el hospital. Marilitas sin embargo, le contó su historia pero lamentaba no poder darle detalles, pues sus ojos siempre habían estado repletos de lágrimas en todo momento. María la reprendió por ello.
- Es que no podía dejar de pensar en ti.
- Yo también pensé mucho en ti, no te podías ir de mi cabeza. Sin salir de aquí me han pasado muchas cosas y he conocido a mucha gente. No he visto las cosas que tú, pero todo es emocionante si te lo propones. ¿Cuántas veces deseamos montar en un coche tirado por caballos? Tú montaste en uno y no disfrutaste, porque no parabas de llorar. Siempre deseamos conocer a gente de otros países como la Honorable señora Nicolete, y tu tristeza te impidió hacerte amiga suya. Y ¿Qué me dices del baile? Siempre deseamos asistir a un baile elegante y cuando tú lo lograste, las lágrimas nublaron tus ojos y te impidieron ver detalles que yo ahora quisiera conocer.
- Pero tú no estabas allí y yo solo quería estar contigo. Siempre pensé que te había perdido para siempre.
- Yo también lo pensaba, pero en vez de llorar, les conté a todas mis enfermeras los momentos felices que pasamos juntas. Y solo con recordar aquellos momentos era como si te tuviera aquí de nuevo. Eso hacía, que en vez de llorar cuando me acordaba de ti, pudiera hacerlo con una sonrisa. Seguro que toda la gente que tuviste a tu alrededor, te hubiera querido igual que yo, pero tenías que dejarte querer.
- Pero no era lo mismo.
- Claro que no, pero si lloras, la tristeza te impide ver lo bello que todavía tienes a tu alrededor, y eso hace que sufras dos veces. Por lo que ya no tienes, y por lo que no ves.  Es normal que te sientas triste cuando no puedes estar al lado de alguien que quieres, pero debes recordar siempre una cosa. Que cuanto más te duela alejarte de alguien, es porque más momentos bellos viviste a su alrededor. Y esos momentos son lo único que te lo devolverá.
- Tienes razón, mi corazón estaba triste y pensaba que todo lo que pasaba a mi alrededor era malo, pero no era así, sencillamente no podía ver lo que tenía. Espero no separarme nunca de ti, pero si alguna vez lo hago, me esforzaré por ser feliz.




Dedicado a todos aquellos,
que perdimos a alguien que nos hizo
“derramar” la sonrisa durante más de unas horas.


7 comentarios:

Nuria L. Yágüez dijo...

Este cuento nació para ayudar a una niña a superar la pérdida de su tio querido. Y después de diecisiete años sigue afirmando que le ayudó. Gracias Ana por ayudarme a escribir.

Anónimo dijo...

siempre intentare que laslagrimas no me dejen encontrar el camino de la felicidad, gracias por esta maravillosa enseñanza

Nuria L. Yágüez dijo...

Entiendo que lucharas para evitarlo. Me gusta que te haya gustado, gracias por comentar es el primer comentario. La próxima vez pon tu nombre y as´´i te puedo contestar directamente. Grtacias amig@

Anónimo dijo...

perfecto, intentare evitarlo,por supuesto, gracia por lo de amiga, hermana

María José Fano dijo...

Nuria acabo de descubrir tu blog de cuentos. He leído un par de ellos pero este ha sido.... no tengo palabras.
Realmente perder a alquien muy querido nos hace sentir así (yo he llorado mucho, durante su larga enfermedad y una vez que todo acabó) pero también he aprendido a sonreir ante su recuerdo, aunque a veces es difícil y me llegué alguna lagrimita.
Enhorabuena por tu gran trabajo. Pondré una entrada en mi blog (http://desvandpalabras.blogspot.com/) para darlo a conocer.

Anónimo dijo...

wuao, que lindos cuentos tienes, he quedado enamorada de ellos.
Felicidades
Wendy

Carmen Delia dijo...

Enhorabuena, he empezado a leer este cuento y no podía parar de hacerlo. Es precioso. Gracias por compartirlo. Felicidades.

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