Los cuentos aparecen debajo de los dibujos

Mi amigo, mi rey mago


n año más la navidad había llegado a todos los hogares, pero no en todos lo hogares se celebraba de la misma forma. Noelia y su familia ese año habían decidido celebrarlo en la casita que tenían en el campo. Llevaba varios días nevando y el paisaje era la más bella imagen navideña. Era un pueblo pequeñito, en la falda de una montaña, donde el padre de Noelia había pasado su infancia.

Noelia se había levantado muy temprano, había escrito la carta a los reyes y esperaba impaciente poder echarla al correo. Era tan temprano todavía, que el sol aun no había derretido la nieve que había dejado la noche. El aire soplaba entre las chimeneas haciéndolas silbar. En la calle hacía un frío intenso, pero en su casita se estaba bien. Noelia había crecido mucho en los últimos meses y sus ojos llegaban ya a la altura de la ventana. Se asomó y vio la calle vacía. Siguió con la mirada la hilera de casas blancas con tejados rojos. Todas eran iguales, con el mismo jardincito por delante y el mismo patio por detrás. Al final de la urbanización, una calle se cruzaba con la suya. Y un par de manzanas más allá, estaba esperando el buzón de correos. Aunque todas las casa eran iguales, el camino era sencillo y sabía que sería capaz de llegar, echar la carta y regresar antes de que sus padres se levantaran. De modo que se puso en camino.

Fue a su cuarto y se puso las botas, se ajustó su gorro y los guantes de lana, se anudó la bufanda y muy silenciosamente salió de casa. Al salir afuera, el viento la empujó con violencia, pero ella no se asustaba ante nada, así que agachó la cabeza, y siguió caminando. La misión que debía cumplir era fácil. Llegó al cruce con la primera calle y desde la esquina vio el buzón. Para acordarse de como volver a casa se quitó el guante de la mano derecha. Pues era el lado hacia el que giró al llegar al cruce de calles. Caminó con dificultad por que la nieve estaba helada y a veces se escurría. Al llegar al buzón, sacó la carta del bolsillo de su abrigo y se aseguró que caía dentro.
- Ya sabía yo que podría hacerlo. Ha sido tarea fácil.- Se dijo a si misma.

En la siguiente esquina las luces de un árbol de navidad brillaban y parpadeaban insistentemente. Noelia las miró con detenimiento, pero el árbol, era tan alto, que no podía ver la estrella de la picorota. Volvió la vista atrás y supo que recordaría el camino de vuelta. Si caminaba más aprisa podría ir a verlo antes de que sus padres se despertaran. Al llegar a la esquina se sorprendió del tamaño del árbol y sobre todo, de la cantidad de adornos que había sobre él. La casa era la más grande y bonita de todas las que había visto jamás. En la otra esquina del jardín, un Papá Noel de resina iluminaba la nieve sobre la que se deslizaba, pero desde allí no podía ver cuantos renos tiraban del trineo. La curiosidad la pudo y corrió junto a la vaya hasta que pudo contarlos. Jamás había visto algo tan bonito y se tomó su tiempo en observarlo con atención.

De pronto recordó que sus padres estarían a punto de levantarse, así que corrió de vuelta a casa. Un par de manzanas hacia atrás, girar hacia el lado de la calle donde su mano no tenía guante, y ya estaría en casa. Pero algo había cambiado. La calle por la que caminaba ahora no tenía casitas blancas con tejados rojos.

La nieve que no había dejado de caer, lo hacía ahora de forma copiosa. A Noelia no le faltaba el valor, de modo que en vez de asustarse se detuvo a pensar  que podía haber fallado para no haber llegado a casa.
- ¡Claro!- se dijo a si misma- cometí un error. En todos los cruces giré hacia el lado que mi mano no tenía guante de modo que a la vuelta debía de haber girado hacia el lado contrario. Además eché a correr como una loca y debí pararme a pensar. Pero no pasa nada, volveré sobre mis pasos hasta que vea el buzón, y desde allí sabré regresar.

La nevada cobraba intensidad, y el aire hacía que casi fuera imposible caminar. La nieve cubría las pisadas con rapidez, y no estaba segura de por donde había ido. Entonces empezó a asustarse. El frío era tan intenso ya, que tuvo que volver a ponerse el guante. De pronto, la figura de un hombre fuerte, apareció a lo lejos. Su madre siempre le había dicho que no hablara con desconocidos, de modo que no sabía que hacer. Por un lado no quería desobedecer más a sus padres, pero por otro, tenía miedo. Así estuvo dudando, hasta que el hombre llegó a su lado.
- ¿Qué haces aquí pequeña?
- Es que me he perdido.
- Con esta ventisca no serás capaz de llegar. Ven conmigo a mi casa que cuando pare el viento te llevaré a la tuya.
- No. Mi mamá me dice que nunca me vaya con desconocidos.- Noelia ahora si tenía miedo.
- Pero morirás de frío.

Dijo cogiéndola fuertemente del brazo. Y Noelia movida por el temor echó a correr sin saber hacia donde, tratando de huir de aquel viejo vagabundo. Al principio el hombre corrió tras de ella, gritándola que parara, pero no le fue difícil dejarle atrás. Noelia se puso a llorar, pues ahora si que no sabía volver a casa. Corrió tan alocadamente delante del hombre, que no se acordó de mirar hacia donde torcía. Estuvo caminando toda la mañana bajo una intensa nevada, y al llegar la tarde su estómago empezó a protestar. Tenía hambre y frío, y sus pies estaban tan doloridos que ya casi no podía caminar. Sin darse cuenta de donde había salido, un niño de su misma edad le salió al paso.
- Hola- le dijo el niño- ¿dónde vas?
- A mi casa, pero no se donde está.
- ¿Te has perdido?
- Si, y tengo hambre y frío.- Dijo Noelia lloriqueando.- Además estoy tan cansada que ya no puedo andar.
- Ven conmigo. Vivo ahí mismo. Te daremos algo de comer y te dejaré mi cama.
- ¿Cómo te llamas?
- Angel, ¿y tu?
- Noelia.

Los dos caminaron entre las últimas calles y cuando salieron del pueblo, Noelia vio algo que jamás había visto. Un grupo de carros rodeaba una gran hoguera. Había mucha gente. Unos cortaban leña, otros trabajaban con los animales, un grupo de mujeres cocinaba mientras otras tendían ropa recién lavada.
- Ángel ¿dónde me has traído?
- Aquí es donde vivimos. Comerás algo, dormirás un rato y esta tarde buscaremos tu casa.
- Hola Angel- les saludó una viejecita- ¿Quién es tu amiga?
- Noelia- dijo ella.
- Magdalena ¿podrías darla algo de comer? Se ha perdido y tiene mucho hambre.
- Por supuesto, algo habrá por aquí.
- ¿Sabes?- dijo Ángel- en un portal, dos calles más arriba, ha nacido un niño. Sus padres son muy pobres, podríamos llevarles algo.
- Deja que Noelia se reponga, y después iremos a verlos.

La abuela Magdalena calentó un poco de leche en el fuego, y echó dentro del cazo unos mendrugos de pan, que al cocerse se fueron poniendo blando. Noelia protesto, diciendo que a ella la leche sólo la gustaba con cacao, pero allí no había y en cuanto lo probó, se olvidó de sus protestas. Después durmió dentro de un carromato lleno de paja y así repuso fuerzas. Un par de horas más tarde, unos cánticos la despertaron y al salir vio que ahora la gente cantaba y bailaba junto al fuego, mientras otros palmeaban haciéndoles corro.
- Noelia- la llamó Ángel al verla salir- ¿qué tal has dormido?
- Bien, ya me encuentro mejor.
- Vamos a llevar unos animales al niño que nació, para que le calienten, y algo para que coman sus padres.
- Pero vosotros ,..., sois pobres ¿Qué les podéis dar?
- Somos gente humilde y nos dedicamos al pastoreo trashumante. Vamos de pueblo en pueblo ganando un poquito aquí y un poquito allá.. No sabemos de letras, pero lo que si sabemos es ayudar al que lo necesita.

La caravana de gente caminaba entre cánticos y risas, como si fueran de fiesta. Unos llevaban ovejas para dejarles su lana. Otros alguna gallina. Una mujer con un vestido rosa, pasó a su lado transportando un cántaro de agua y un borriquillo. Otro llevaba leña y un conejo. Pero sobre todo llevaban respeto y alegría.
- Yo no tengo nada que poder darle.- Se lamentó Noelia.
- Es la Navidad, es momento de estar feliz y compartir lo que tenemos. Todos tenemos algo que poder compartir.
- ¿El qué?
- Tu piensa en algo que tengas. Mira dentro de ti misma, hay algo que vale más que el dinero.

Siguieron caminando y Noelia fue observando a la gente. Una joven mujer llevaba una cesta con huevos y pan. Otros simplemente tocaban sus instrumentos y la abuela Magdalena, que ya había ido a verlos le lavaba los pañales en el río. Cerrando el cortejo, iban tres ancianos sobre caballos, pues apenas podían andar. Noelia le preguntó a Ángel y él le contó que eran los hermanos más mayores.
- Pero uno es negro.
- Es que se quedó huérfano recién nacido y su madre lo adoptó.
- ¿Y por qué van en caballo?
- Para nosotros los gitanos, los hombres más mayores, son como los reyes para vosotros. Se llaman patriarcas y son los hombres más importantes. Son los únicos que van a caballo porque ellos tienen el cargo más alto de nuestra comunidad. El negro lleva hierbas porque dice que su humo lo purifica todo, es como nuestro guía espiritual. Otro lleva un ungüento que le trajeron de Arabia, porque es nuestro curandero. Y el otro es el maestro, los niños son lo más importante para él, y es tan pobre, que para poder darle todo lo que posee, se ha echo arrancar un diente de oro.

Noelia empezó a comprender el significado del espíritu de la gente con la que estaba. Da igual lo pobre que se sea, pues siempre tendrás algo que dar a los demás. Aunque sólo sea tu amor y tu alegría.

En medio del campo, las ruinas de una casa, habían servido de cobijo para la pobre familia. Cuando ellos llegaron descubrió al niño en una cuna de madera. Los animales se habían colocado a su alrededor para calentarle con su aliento. El grupo de gitanos cantaba villancicos, para que el niño no llorara. Y los demás le presentaron sus respetos mientras dejaban lo poco que tenían a sus pies. Noelia se acercó a besar al niño y pudo notar el calor de los resoplidos de los animales. Se sentó junto a ellos para escucharles cantar y el calor de los animales y del fuego la hicieron amodorrarse. De pronto escuchó el ladrido de un perro. Al abrir los ojos un animal la lamía la cara. Y cuando este se retiró pudo ver al viejo que la había perseguido por la mañana. La estaba tapando con su propio abrigo.
- ¿Qué hace? Suélteme. ¿Dónde están Ángel y Jesús?
- Aquí no hay nadie, pequeña. Pero tus padres están muertos de miedo, buscándote por todas partes.

Cuando Noelia vio a sus padres, comprendió lo asustados que habían estado. La abrazaron y besaron entre llantos y sólo cuando vieron que no la había pasado nada, la regañaron por haber salido sola de casa. Ella prometió no volver a hacerlo más, pero no era suficiente, debía demostrar que en verdad no lo haría. La llevaron a casa y después de un baño caliente, su madre la preparó una buen tazón de cacao caliente, con galletas de chocolate.
- No mama, no quiero esto, quiero cachitos de pan duro, cocidos en leche azucarada.
- ¿Qué? Tu jamás has comido eso.
- Si mamá, me lo dio la abuela Magdalena.

Nadie creía su historia. El señor que la encontró intentó buscarle una explicación. <<Mi perro salió a buscarla y cuando llegó la debió encontrar dormida en la nieve. Se tumbó encima de ella, para que su cuerpecito no se enfriara más. Por eso ella recuerda el calor de los animales y sus resoplidos.- Explicaba el viejo- Si se da cuenta, todos los pastores que ella describe, son como las figuritas de su nacimiento. Los villancicos pudo escuchar los que pusieron en el altavoz de la iglesia, para evitar que se alejara del pueblo. Pero a lo que no encuentro una explicación posible, es a lo de la leche cocida con cachitos de pan.>>

Varios días después Noelia seguía dando como cierta su explicación, no la del viejo. Tanto que mandó otra carta a los reyes magos diciéndoles, que los regalos que le había pedido en su otra carta, ya no los quería. Que ahora solo quería un diente de oro para un viejo que conocía. Sus padres la llevaron a ver la cabalgata de los reyes, y pidió acercarse a darle la carta personalmente. Cuando ella le explicó la historia, el rey mago que la sujetaba sonrió emocionado y ella vio un hueco tras su colmillo. Ella le chistó y guiñándole el ojo le dijo.
- Dile a Ángel, que ya se que tengo para compartir con los demás, mi felicidad.
- ¿La felicidad?- Preguntó el rey sin saber a lo que se refería.
- Si, porque hay muchos mayores a los que no les gusta la Navidad, porque no la entienden. Cuando vi la sonrisa de Jesús, comprendí, que la Navidad es el momento del año en que es necesario ver la sonrisa de un niño. Así que voy a regalarles a todos los mayores las mejores sonrisas que tenga.

A la mañana siguiente Noelia recibió los juguetes que había pedido en su primera carta. Y una nota en la que explicaba que los regalos los había recibido por su gran corazón, por compartir lo que tenía. Que no se preocupara porque ellos harían que el viejo recibiera su diente. No se quedó muy convencida ¿Y si los reyes no encontraban al viejo? Mientras jugaba un grupo de gente cantaba villancicos en la calle, miró por la ventana y vio un destello dorado. No la hizo falta más, supo que los reyes habían cumplido su prometido. Noelia volvio a sonreír.



1 comentarios:

Daily Marrero dijo...

Muy bonito el cuento y la persistencia de Noelia por querer compartir su felicidad a mas de un@ se le ha olvidado sonreír por lo q recomiendo la lectura de este cuentito

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