Los cuentos aparecen debajo de los dibujos

PACO EL PEQUEÑO PICO PICAPINOS



rase esta vez, esta vez que te cuento,
que a punto estuvo de desaparecer mi mundo,
si no hubiera llegado a tiempo,
la solución a un feo asunto
sobre un pajarillo muerto.


       Yo, el viento, había estado soplando todo el día, pero cuando oí que el búho real empezaba a contar un cuento me apacigüé a su lado como el resto de animales que allí estaban. Contaba en aquella ocasión, como cada animal, cada planta, cada ser vivo tiene su sitio en el bosque, y como debe respetar y ser respetado por los que viven a su lado. Como el animal más sabio del bosque, el gran búho real conocía infinidad de historias que narraba amablemente al resto de animales para que los más pequeños pudieran comprender con facilidad, lo que él trataba de enseñarles. En aquella ocasión relataba un cuento sobre un árbol egoísta y arrogante que vivía sin respetar a nadie y cómo aprendió a considerar al resto de habitantes de la selva como iguales. Pero este es otro cuento y te lo contaré en otro momento. Entonces apareció una pajarita e interrumpió la magia de aquel instante.
-        ¿Qué ocurre señora pájara?-
preguntó el búho intrigado,
que solo con ver su cara,
supo que algo había pasado.
-        Que la zorra se comió mi cría
que nació hace solo veinte días.
-        Yo no fui- interrumpió la zorra malhumorada-
aunque de buena gana me la hubiera comido,
pero por más saltos que di,
no pude alcanzar el nido.
que tan alto estaba puesto,
que no llegué,…, aunque hubiera querido.
-        ¿Y porqué piensa que fue la zorra,
la que destrozó su morada?-
Preguntó el sabio búho
a la madre desconsolada.
-        Porque ella rondaba el nido,
con hambre de varios días,
y cuando llegué con el almuerzo
ya no estaba allí mi cría.
-        ¿Pero tiene alguna prueba
que la haga pensar,
que fue la golosa zorra
y no otro animal?
-        Yo no pude ver nada,
supongo que estaba de camino,
cuando se comieron a mi Paco.-
Dijo la pico picapinos.
-        ¿Y usted? ¿Vio algo anormal?-
Le pregunto el sabio búho al otro animal.
-        Tantos y tantos saltos di,
tratando de buscar mi comida,
que por el cansancio y por el hambre,
al final me quedé dormida,
y cuando desperté no había ni rastro
del ave desaparecida.
Nos costó mucho llegar hasta aquí,-
gruñó la zorra de los nervios presa.-
pues ha crecido tanto el río,
que ha inundado el monte y llega hasta la dehesa.

       El búho guardó silencio pues tenía mucho en lo que pensar. Creía a la pobre zorra pues podía verse que estaba hambrienta, y no había ninguna pista clara que pudiera culparla. Como siempre que había problemas los animales del bosque acudían a él, pues era el único capaz de investigar y llegar a comprender todo lo que allí pasaba. Pero ahora eran dos problemas los que se le planteaban. Uno, averiguar quién se habría comido al joven Paco y el otro descubrir por qué había crecido tanto el río, pues no era época de lluvias y no tenía por que hacerlo. Pensó y pensó hasta que algo le hizo suponer que si encontraba la causa de la crecida del río, daría también con el pequeño pico picapinos. Así que al llegar la noche mientras todos dormían, salió a volar alejándose de los altos roquedos. Voló hasta el nido del halcón peregrino y le preguntó si sabía de donde salía, todo aquel agua que se veía en la lejanía.
-        Yo no se nada,
aunque ayudarte quisiera,
quizás debas preguntarle
a algún animal de la rivera.

La libélula tampoco sabía nada, pues decía que ella no solía alejarse mucho de la orilla del río. Entonces fueron a preguntar a la carpa, pues sabía que ella recorría las aguas del río varias veces al día y suponía que sabría algo más. La carpa al ver llegar a la libélula abrió la boca con malas intenciones y ésta se asustó. Pero como el búho la había enseñado eludió el peligro diciendo.
-        Si eres inteligente,
no me comerás,
pues por llenar la barriga hoy
mañana desaparecerás.
-        ¿Cómo que desapareceré?,
Cuantas más libélulas coma
más gorda estaré.
-        Si las aguas siguen creciendo,
el bosque se inundará,
y tú, como parte del bosque
muerta estarás.

Eso no le gustó nada a la carpa, pues tenía razón, si el bosque se inundaba en poco tiempo desaparecería todo el alimento y sus días estarían contados. Así que trató de ayudarlos. Explicó que algo había oído, pero era tan solo un rumor y como rumor que era le había dejado correr como al agua del rio. No obstante les ayudaría a llegar a la isla de los cormoranes, pues sospechaba que ellos sabrían algo más.
-        Yo no puedo alejarme tanto,-
dijo la libélula con pena-
solos iréis más rápido,
yo más que una ayuda, sería un problema.
-        Muchas gracias libélula.-
dijo el búho agradecido,
ha sido inestimable,
la ayuda que al bosque ha ofrecido.

Así se separaron los tres animales, la libélula volvió a sobrevolar su orilla, mientras que la carpa y el búho real nadaron río abajo. Llegaron rápidamente y en silencio hasta la presa donde detuvieron su camino. Como la carpa no podía pasar de allí, le explicó al búho que un poco más abajo podría encontrar un barbo dorado. Antes de construir la presa y separar así sus vidas para siempre, fueron muy amigos. La carpa le aseguró que el barbo estaría dispuesto a ayudarle.
-        Muchas gracias señora carpa,
no sabe cuanto me ha ayudado.
El bosque le tendrá gran estima
por lo bien que se ha portado.

   El búho encontró al barbo justo donde la carpa dijo y tal y como ella supuso estaba dispuesto a ayudar. El barbo le llevó por algunos sitios para que el búho viera lo que el río había crecido, y este se preocupó de que lo hubiera hecho tanto.

   Antes de llegar a la isla de los cormoranes pudo deducir cual era, pues en un pequeño islote, un grupo de pájaros negros descansaba con sus alas abiertas al incipiente sol de la mañana. Al llegar el barbo hicieron intención de comérselo pero el pez las disuadió con sus aprendidas palabras.
-        Si sois inteligentes
no me comeréis,
pues por llenar la barriga un día,
muertos estaréis,
porque cuando el agua os impida posar el vuelo,
de cansancio os ahogaréis.

Los negros pájaros comprendieron y le escucharon algo más relajados. Cuando el búho les preguntó, no supieron decirle si el rumor era cierto o no. Era algo que habían oído, pero no daban crédito a la historia de un león en el parque. Allí nunca había habido leones. Le explicaron que en un cerro cercano podría encontrar al águila culebrera y ella sabría algo más acerca del rumor.
-        Quiero darle las gracias señor barbo,
mi agradecimiento más sincero,
por haberme ayudado a mi,
a su entorno y al bosque entero.
-        Aunque no haga falta decirlo,
su agradecimiento es bien recibido,
que tenga suerte y encuentre,
al pico picapinos desaparecido.

Allí y así se despidieron el barbo y el búho real. Y éste, acompañado de un joven cormorán, partió en busca del águila culebrera. La encontraron antes de lo que esperaban, siguiendo a unos senderistas. Al encontrarse, el búho le contó la historia tomándose un descanso mientras observaban la belleza de los roquedos del Salto del Gitano. El águila culebrera le contó que algo de eso había oído.
-        Un humano se compró un león,
y cuando creció más que su valor,
vino al parque y le soltó.
El pobre es malo como un diablo
aunque no se porqué,
seguro que la culebra bastarda,
sabe algo más de él.
Cuando el búho hubo tomado un poco de resuello siguieron su vuelo en busca de la culebra, que a punto había estado de comerse unos días atrás. Al verlos la culebra se quedó paralizada de miedo. Pero el águila trató de tranquilizarla con suaves palabras.
-        Como soy inteligente,
no te comeré,
pues por llenar la barriga hoy,
mañana me ahogaré.

La culebra bastarda comprendió enseguida que no corría peligro y por una vez habló de tú a tú con el águila que a punto había estado de comérsela y con el búho que seguro lo habría hecho de buena gana. El búho le contó la historia y ella le dijo que estaba en lo cierto. El río no dejaba de crecer por las lágrimas que un león lloraba. Se encontraba perdido y solo y tan deprimido estaba que hacía varios días que no comía, no dormía y ni siquiera rugía. Pero la culebra también lamentaba no saber nada de Paco.
-        ¿Sabes donde vive la fiera esa?
-        Más allá de la dehesa.
-        Si me llevas hasta él, quizás podría ayudar al león.
-        Pero yo no se donde vive, se lo oí contar al lirón.
-        Vamos a verle entonces,
¿Sabrás decirnos donde mora?
Estoy deseando solucionarlo
de una ver por todas.
-        Ánimo sabio búho,
vamos entonces a verle,
pero debemos ir con cuidado
y aunque esté apetitoso, no comerle.

       Esta vez el águila acompañó al búho y a la culebra, pues al volar ella tan alto quizás viera más fácilmente al lirón. Sobrevolaron varias veces el Castillo y sus cercanías, pero no había ni rastro. El pequeño roedor era escurridizo y desconfiado, por lo que tardaron mucho en dar con él. Cuando el lirón se encontró sin escapatoria, horrorizado de ver al amenazante trío, se tiró de espaldas al suelo haciéndose el muerto. Pero el búho acercándose a él le dijo con voz dulce.
-        ¿No ves que somos inteligentes?
Todavía no te hemos comido
Venimos desde muy lejos,
en busca del león perdido.
Necesitamos hablar con él,
para ver que le ha ocurrido.
Y si podemos hacer algo
para que no esté tan deprimido.
Que todos tenemos cabida en el bosque,
fieras, amables, sanos o tullidos.
Pues Dios nos juntó a todos,
para que viviéramos siempre unidos.

Al oír el discurso del búho, el lirón abrió su pequeño ojito, después levantó la cabeza y viendo la cara de bondad del búho se animó a ponerse en pie. Se llevó la mano al pecho, sintiendo como bombazos los latidos de su pequeño corazoncito y en un suspiro dijo.
-        ¡Qué susto me habéis dado,
creía que ibais a comerme.
Yo se donde vive ese león
y si es necesario, os llevaré a verle.

¡Qué iluso! Pensó el águila culebrera, pues viendo su pequeño tamaño, pensó que no habrían tenido ni para ir abriendo pico. Pero en vez de reírse de él acordaron que descansarían un rato y con el primer sol de la mañana saldrían en busca del león. El extraño grupo estuvo mucho tiempo hablando de los peligros que el encuentro conllevaría. Jacinta, la señora del lirón, les suplicó que no fueran a verle, y le recordó que su joven hijo todavía necesitaba de su padre. Entonces el búho contó la triste historia de Paco el pequeño pico picapinos y sus sospechas de que el león tuviera algo que ver en ese feo asunto. El lirón dijo que creía haberle oído. Llevaba unos días escuchando golpecitos, como los que da ese pájaro en las cortezas de los árboles, sin embargo no sabían de donde venían, y ni siquiera había visto a Paco.
-        Compréndelo Jacinta,
deben ser ayudados,
mañana podría ser nuestro hijo,
el que desapareciera de nuestro lado.

Cuando se pusieron en camino no tardaron en dar con él, pues las lamentaciones del león podían oírse desde lejos. Cuanto más se acercaban a su guarida, más nítido se hacían lo golpecitos de los que habló el lirón. Ya desde lejos el búho comprendió todo, pero no era animal que gustase adelantar acontecimientos, así que esperó a encontrar al león. Cuando llegaron a la explanada donde el león estaba y este pudo verlos, lazó un fiero rugido sin abrir siquiera la boca que detuvo al lirón en seco. Así que el pequeño roedor muerto de miedo decidió esperar allí, por si tenía que ir a pedir ayuda. El águila culebrera y el búho real siguieron acercándose más para hablar con él.

A unos  cien metros de donde se detuvo el lirón el león dio un zarpazo al aire y sus enormes garras brillaron por el efecto del sol. El águila pensó que si eso eran sus garras, sus dientes parecerían puntas de lanzas afiladas.
-        Yo esperaré aquí
por si hubiera que ir a pedir ayuda,
que no me fío del lirón,
y menos de esa fiera peluda.

El búho siguió acercándose solo, muy lentamente, hasta que estuvo a sólo un metro del león. Necesitó sacar todo el valor que tenía bajo sus plumas, y ya que estaba allí, respiró hondo y trató de que no le temblara la voz cuando dijo.
-        ¿Queeeé te ocurre leoncito,
noooo tienes muy buena cara?.-
Pero por más que dijo
no consiguió que el león hablara.

Los golpes seguían sonando y cuanto más sonaban más cerraba el león los ojos, se revolcaba por la hierba seca y rugía malhumorado.
-        Quizás no te entienda,
por no ser de aquí el animal,
háblale por señas,
que ese lenguaje es internacional.

El búho sabía que el león le había entendido pero lo que el águila había gritado ayudó al león a explicarse y por señas habló.
-        No estoy triste, como te han contado,
ni tampoco deprimido,
es que tengo un dolor de muelas,
que me tiene desolado
y va a poder conmigo.
-        Déjame que las mire.-
Y negó el león con la cabeza,-
¡Anda! no seas tonto,
yo tengo gran destreza,
que trabajé durante años
de dentista para la realeza.
Seguro que está picada,
y con un poco de cuidado
en dos días curada.

   Ante la insistente negativa del león, el sabio búho fue a hablar con el águila y le dio señas precisas de lo que necesitaba. El águila voló en busca de los buitres para que fueran a llamar a todos los animales del parque. Había que tramar un plan. Se pusieron todos manos a la obra y este no tardó en llegar y con él, lo que el búho había pedido.
-        ¿Ves ese espejo que sujeta el elanio azul?
si no te fías de mi, abre la boca y míratela tu.

El león volvió a negarse. Volvieron los golpecitos y con un rugido, el felino alejó varios metros a todos los animales que se habían acercado al ver la escena. Se sentía grande y temido. Eso le gustaba. Pero la curiosidad le pudo y se acercó al cuadro de madera que sujetaba el espejo. No abriría la boca. Sólo deseaba ver su fiero aspecto para reafirmar su autoestima. Al asomarse, vio un pequeño gatito sorprendido de verse. Estaba escuálido, sus enormes ojos reflejaban sorpresa, se le notaban las costillas y su pelo, antes fuerte y brillante, lucía ahora lacio y sucio. Su boca se fue aflojando lentamente y por el asombro, su mandíbula inferior fue cayendo hasta tocarse el pecho.

   En un descuido Paco apareció volando entre la oscuridad que albergaban las enormes fauces del león.
-        Oh! Paco no ha muerto, era el quien daba,
los golpecitos que sonaban.

Todos los animales se sorprendieron pues aún no habían comprendido lo que el búho sabía desde hacía mucho tiempo. Paco salió volando asustado y no paró hasta que se encontró a salvo bajo las alas de su madre.

De vuelta en los roquedos, con el león recogido en un zoo y la calma restablecida en el parque, el águila culebrera le preguntó curioso al león.
-        ¿Por qué supiste que viendo
al gato que habíamos pintado,
el león abriría la boca,
perdiendo así su bocado?
-        Porque por mucho que dijera la lirona Jacinta,
no es tan fiero el león como lo pintan.

Mi amigo, mi rey mago


n año más la navidad había llegado a todos los hogares, pero no en todos lo hogares se celebraba de la misma forma. Noelia y su familia ese año habían decidido celebrarlo en la casita que tenían en el campo. Llevaba varios días nevando y el paisaje era la más bella imagen navideña. Era un pueblo pequeñito, en la falda de una montaña, donde el padre de Noelia había pasado su infancia.

Noelia se había levantado muy temprano, había escrito la carta a los reyes y esperaba impaciente poder echarla al correo. Era tan temprano todavía, que el sol aun no había derretido la nieve que había dejado la noche. El aire soplaba entre las chimeneas haciéndolas silbar. En la calle hacía un frío intenso, pero en su casita se estaba bien. Noelia había crecido mucho en los últimos meses y sus ojos llegaban ya a la altura de la ventana. Se asomó y vio la calle vacía. Siguió con la mirada la hilera de casas blancas con tejados rojos. Todas eran iguales, con el mismo jardincito por delante y el mismo patio por detrás. Al final de la urbanización, una calle se cruzaba con la suya. Y un par de manzanas más allá, estaba esperando el buzón de correos. Aunque todas las casa eran iguales, el camino era sencillo y sabía que sería capaz de llegar, echar la carta y regresar antes de que sus padres se levantaran. De modo que se puso en camino.

Fue a su cuarto y se puso las botas, se ajustó su gorro y los guantes de lana, se anudó la bufanda y muy silenciosamente salió de casa. Al salir afuera, el viento la empujó con violencia, pero ella no se asustaba ante nada, así que agachó la cabeza, y siguió caminando. La misión que debía cumplir era fácil. Llegó al cruce con la primera calle y desde la esquina vio el buzón. Para acordarse de como volver a casa se quitó el guante de la mano derecha. Pues era el lado hacia el que giró al llegar al cruce de calles. Caminó con dificultad por que la nieve estaba helada y a veces se escurría. Al llegar al buzón, sacó la carta del bolsillo de su abrigo y se aseguró que caía dentro.
- Ya sabía yo que podría hacerlo. Ha sido tarea fácil.- Se dijo a si misma.

En la siguiente esquina las luces de un árbol de navidad brillaban y parpadeaban insistentemente. Noelia las miró con detenimiento, pero el árbol, era tan alto, que no podía ver la estrella de la picorota. Volvió la vista atrás y supo que recordaría el camino de vuelta. Si caminaba más aprisa podría ir a verlo antes de que sus padres se despertaran. Al llegar a la esquina se sorprendió del tamaño del árbol y sobre todo, de la cantidad de adornos que había sobre él. La casa era la más grande y bonita de todas las que había visto jamás. En la otra esquina del jardín, un Papá Noel de resina iluminaba la nieve sobre la que se deslizaba, pero desde allí no podía ver cuantos renos tiraban del trineo. La curiosidad la pudo y corrió junto a la vaya hasta que pudo contarlos. Jamás había visto algo tan bonito y se tomó su tiempo en observarlo con atención.

De pronto recordó que sus padres estarían a punto de levantarse, así que corrió de vuelta a casa. Un par de manzanas hacia atrás, girar hacia el lado de la calle donde su mano no tenía guante, y ya estaría en casa. Pero algo había cambiado. La calle por la que caminaba ahora no tenía casitas blancas con tejados rojos.

La nieve que no había dejado de caer, lo hacía ahora de forma copiosa. A Noelia no le faltaba el valor, de modo que en vez de asustarse se detuvo a pensar  que podía haber fallado para no haber llegado a casa.
- ¡Claro!- se dijo a si misma- cometí un error. En todos los cruces giré hacia el lado que mi mano no tenía guante de modo que a la vuelta debía de haber girado hacia el lado contrario. Además eché a correr como una loca y debí pararme a pensar. Pero no pasa nada, volveré sobre mis pasos hasta que vea el buzón, y desde allí sabré regresar.

La nevada cobraba intensidad, y el aire hacía que casi fuera imposible caminar. La nieve cubría las pisadas con rapidez, y no estaba segura de por donde había ido. Entonces empezó a asustarse. El frío era tan intenso ya, que tuvo que volver a ponerse el guante. De pronto, la figura de un hombre fuerte, apareció a lo lejos. Su madre siempre le había dicho que no hablara con desconocidos, de modo que no sabía que hacer. Por un lado no quería desobedecer más a sus padres, pero por otro, tenía miedo. Así estuvo dudando, hasta que el hombre llegó a su lado.
- ¿Qué haces aquí pequeña?
- Es que me he perdido.
- Con esta ventisca no serás capaz de llegar. Ven conmigo a mi casa que cuando pare el viento te llevaré a la tuya.
- No. Mi mamá me dice que nunca me vaya con desconocidos.- Noelia ahora si tenía miedo.
- Pero morirás de frío.

Dijo cogiéndola fuertemente del brazo. Y Noelia movida por el temor echó a correr sin saber hacia donde, tratando de huir de aquel viejo vagabundo. Al principio el hombre corrió tras de ella, gritándola que parara, pero no le fue difícil dejarle atrás. Noelia se puso a llorar, pues ahora si que no sabía volver a casa. Corrió tan alocadamente delante del hombre, que no se acordó de mirar hacia donde torcía. Estuvo caminando toda la mañana bajo una intensa nevada, y al llegar la tarde su estómago empezó a protestar. Tenía hambre y frío, y sus pies estaban tan doloridos que ya casi no podía caminar. Sin darse cuenta de donde había salido, un niño de su misma edad le salió al paso.
- Hola- le dijo el niño- ¿dónde vas?
- A mi casa, pero no se donde está.
- ¿Te has perdido?
- Si, y tengo hambre y frío.- Dijo Noelia lloriqueando.- Además estoy tan cansada que ya no puedo andar.
- Ven conmigo. Vivo ahí mismo. Te daremos algo de comer y te dejaré mi cama.
- ¿Cómo te llamas?
- Angel, ¿y tu?
- Noelia.

Los dos caminaron entre las últimas calles y cuando salieron del pueblo, Noelia vio algo que jamás había visto. Un grupo de carros rodeaba una gran hoguera. Había mucha gente. Unos cortaban leña, otros trabajaban con los animales, un grupo de mujeres cocinaba mientras otras tendían ropa recién lavada.
- Ángel ¿dónde me has traído?
- Aquí es donde vivimos. Comerás algo, dormirás un rato y esta tarde buscaremos tu casa.
- Hola Angel- les saludó una viejecita- ¿Quién es tu amiga?
- Noelia- dijo ella.
- Magdalena ¿podrías darla algo de comer? Se ha perdido y tiene mucho hambre.
- Por supuesto, algo habrá por aquí.
- ¿Sabes?- dijo Ángel- en un portal, dos calles más arriba, ha nacido un niño. Sus padres son muy pobres, podríamos llevarles algo.
- Deja que Noelia se reponga, y después iremos a verlos.

La abuela Magdalena calentó un poco de leche en el fuego, y echó dentro del cazo unos mendrugos de pan, que al cocerse se fueron poniendo blando. Noelia protesto, diciendo que a ella la leche sólo la gustaba con cacao, pero allí no había y en cuanto lo probó, se olvidó de sus protestas. Después durmió dentro de un carromato lleno de paja y así repuso fuerzas. Un par de horas más tarde, unos cánticos la despertaron y al salir vio que ahora la gente cantaba y bailaba junto al fuego, mientras otros palmeaban haciéndoles corro.
- Noelia- la llamó Ángel al verla salir- ¿qué tal has dormido?
- Bien, ya me encuentro mejor.
- Vamos a llevar unos animales al niño que nació, para que le calienten, y algo para que coman sus padres.
- Pero vosotros ,..., sois pobres ¿Qué les podéis dar?
- Somos gente humilde y nos dedicamos al pastoreo trashumante. Vamos de pueblo en pueblo ganando un poquito aquí y un poquito allá.. No sabemos de letras, pero lo que si sabemos es ayudar al que lo necesita.

La caravana de gente caminaba entre cánticos y risas, como si fueran de fiesta. Unos llevaban ovejas para dejarles su lana. Otros alguna gallina. Una mujer con un vestido rosa, pasó a su lado transportando un cántaro de agua y un borriquillo. Otro llevaba leña y un conejo. Pero sobre todo llevaban respeto y alegría.
- Yo no tengo nada que poder darle.- Se lamentó Noelia.
- Es la Navidad, es momento de estar feliz y compartir lo que tenemos. Todos tenemos algo que poder compartir.
- ¿El qué?
- Tu piensa en algo que tengas. Mira dentro de ti misma, hay algo que vale más que el dinero.

Siguieron caminando y Noelia fue observando a la gente. Una joven mujer llevaba una cesta con huevos y pan. Otros simplemente tocaban sus instrumentos y la abuela Magdalena, que ya había ido a verlos le lavaba los pañales en el río. Cerrando el cortejo, iban tres ancianos sobre caballos, pues apenas podían andar. Noelia le preguntó a Ángel y él le contó que eran los hermanos más mayores.
- Pero uno es negro.
- Es que se quedó huérfano recién nacido y su madre lo adoptó.
- ¿Y por qué van en caballo?
- Para nosotros los gitanos, los hombres más mayores, son como los reyes para vosotros. Se llaman patriarcas y son los hombres más importantes. Son los únicos que van a caballo porque ellos tienen el cargo más alto de nuestra comunidad. El negro lleva hierbas porque dice que su humo lo purifica todo, es como nuestro guía espiritual. Otro lleva un ungüento que le trajeron de Arabia, porque es nuestro curandero. Y el otro es el maestro, los niños son lo más importante para él, y es tan pobre, que para poder darle todo lo que posee, se ha echo arrancar un diente de oro.

Noelia empezó a comprender el significado del espíritu de la gente con la que estaba. Da igual lo pobre que se sea, pues siempre tendrás algo que dar a los demás. Aunque sólo sea tu amor y tu alegría.

En medio del campo, las ruinas de una casa, habían servido de cobijo para la pobre familia. Cuando ellos llegaron descubrió al niño en una cuna de madera. Los animales se habían colocado a su alrededor para calentarle con su aliento. El grupo de gitanos cantaba villancicos, para que el niño no llorara. Y los demás le presentaron sus respetos mientras dejaban lo poco que tenían a sus pies. Noelia se acercó a besar al niño y pudo notar el calor de los resoplidos de los animales. Se sentó junto a ellos para escucharles cantar y el calor de los animales y del fuego la hicieron amodorrarse. De pronto escuchó el ladrido de un perro. Al abrir los ojos un animal la lamía la cara. Y cuando este se retiró pudo ver al viejo que la había perseguido por la mañana. La estaba tapando con su propio abrigo.
- ¿Qué hace? Suélteme. ¿Dónde están Ángel y Jesús?
- Aquí no hay nadie, pequeña. Pero tus padres están muertos de miedo, buscándote por todas partes.

Cuando Noelia vio a sus padres, comprendió lo asustados que habían estado. La abrazaron y besaron entre llantos y sólo cuando vieron que no la había pasado nada, la regañaron por haber salido sola de casa. Ella prometió no volver a hacerlo más, pero no era suficiente, debía demostrar que en verdad no lo haría. La llevaron a casa y después de un baño caliente, su madre la preparó una buen tazón de cacao caliente, con galletas de chocolate.
- No mama, no quiero esto, quiero cachitos de pan duro, cocidos en leche azucarada.
- ¿Qué? Tu jamás has comido eso.
- Si mamá, me lo dio la abuela Magdalena.

Nadie creía su historia. El señor que la encontró intentó buscarle una explicación. <<Mi perro salió a buscarla y cuando llegó la debió encontrar dormida en la nieve. Se tumbó encima de ella, para que su cuerpecito no se enfriara más. Por eso ella recuerda el calor de los animales y sus resoplidos.- Explicaba el viejo- Si se da cuenta, todos los pastores que ella describe, son como las figuritas de su nacimiento. Los villancicos pudo escuchar los que pusieron en el altavoz de la iglesia, para evitar que se alejara del pueblo. Pero a lo que no encuentro una explicación posible, es a lo de la leche cocida con cachitos de pan.>>

Varios días después Noelia seguía dando como cierta su explicación, no la del viejo. Tanto que mandó otra carta a los reyes magos diciéndoles, que los regalos que le había pedido en su otra carta, ya no los quería. Que ahora solo quería un diente de oro para un viejo que conocía. Sus padres la llevaron a ver la cabalgata de los reyes, y pidió acercarse a darle la carta personalmente. Cuando ella le explicó la historia, el rey mago que la sujetaba sonrió emocionado y ella vio un hueco tras su colmillo. Ella le chistó y guiñándole el ojo le dijo.
- Dile a Ángel, que ya se que tengo para compartir con los demás, mi felicidad.
- ¿La felicidad?- Preguntó el rey sin saber a lo que se refería.
- Si, porque hay muchos mayores a los que no les gusta la Navidad, porque no la entienden. Cuando vi la sonrisa de Jesús, comprendí, que la Navidad es el momento del año en que es necesario ver la sonrisa de un niño. Así que voy a regalarles a todos los mayores las mejores sonrisas que tenga.

A la mañana siguiente Noelia recibió los juguetes que había pedido en su primera carta. Y una nota en la que explicaba que los regalos los había recibido por su gran corazón, por compartir lo que tenía. Que no se preocupara porque ellos harían que el viejo recibiera su diente. No se quedó muy convencida ¿Y si los reyes no encontraban al viejo? Mientras jugaba un grupo de gente cantaba villancicos en la calle, miró por la ventana y vio un destello dorado. No la hizo falta más, supo que los reyes habían cumplido su prometido. Noelia volvio a sonreír.